Los origenes de la plataforma afectiva

 Los orígenes de la plataforma afectiva: un combate de supervivencia

En una alcoba pintada de blanco, Celestino un bebé de seis meses yacía en su cuna, con la mirada fija en el techo. A primera vista, parecía un bebé sin necesidades, aunque de pronto tomaba una bocanada de aire y rompía en llanto: un llanto profundo, persistente, desgarrador. Lloraba por el pañal empapado que llevaba horas sin cambiar; sus partes íntimas, irritadas, le dolían al moverse. También lloraba por hambre y sed. Pero, a pesar de su llamado desesperado, nadie acudía para calmarlo o satisfacer sus necesidades primarias. Poco a poco, su llanto se desvanecía; el agotamiento le ganaba al no encontrar respuesta alguna. En su mundo de soledad, vivía tristeza, pena, abandono y desespero, aunque estas emociones aún no estaban plenamente desarrolladas en su pequeño ser.

En otro rincón de la casa, la madre, una joven que había dejado su hogar durante el embarazo para vivir con un hombre cuya principal ocupación era el consumo de alcohol, se preguntaba por qué Celestino lloraba tanto. Había quedado embarazada por un descuido, y la maternidad no era algo que deseara a su edad. Aunque en algún momento pensó que sería divertido tener un bebé, pronto la realidad la sobrepasó. Vio en el embarazo una oportunidad para escapar de su hogar y comenzar una nueva vida, pero desde el nacimiento de Celestino su agotamiento crecía día tras día.

No lograba atenderlo; su llanto la enloquecía. “Ese llanto, ese maldito llanto todo el día”, solía murmurar. Evitaba el contacto con él tanto como podía. Lo dejaba llorar en la cuna, incapaz de soportar el roce de su piel. A los pocos días de nacido, le retiró el pecho y comenzó a darle biberón sin siquiera mirarlo a los ojos. Cambiarle el pañal le parecía asqueroso, y lo hacía solo cuando era absolutamente necesario. La joven madre, emocionalmente inmadura, no estaba preparada para criar a un hijo. Cada vez que lo miraba, lo rechazaba con palabras duras: “Qué pereza tú, ¿por qué naciste? Eres un error en mi vida”.

Mientras tanto, el padre de Celestino, un hombre joven que prefería quedarse en casa jugando videojuegos o salir a beber con sus amigos, ignoraba sus responsabilidades familiares. Tener un hijo no estaba en sus planes; él aún soñaba con una vida de fiestas y diversión, en la que no había espacio para un bebé.

El llanto del pequeño lo sacaba de quicio. En su mente, la culpa era de la madre, a quien reprochaba por no cuidar bien al niño. Sin embargo, él mismo no había intentado crear ningún vínculo con su hijo. Cuando Celestino lloraba y le interrumpía un juego, lo miraba con odio y desprecio. En ocasiones, lo tomaba en brazos para intentar calmarlo, lo sacudía y lo devolvía a la cuna. Otras veces, perdía la paciencia y lo golpeaba para que dejara de llorar.

En este entorno hostil, Celestino comenzó a desarrollar una plataforma afectiva marcada por el desapego y la desconfianza. Día tras día, la agresión y la indiferencia que vivía forjaban en él un sentimiento de hostilidad hacia el mundo. Abandonado en su habitación, enfrentaba cada instante como un combate emocional por su supervivencia. Así observaba Henrytustra.


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