En otro rincón de la
casa, la madre, una joven que había dejado su hogar durante el embarazo para
vivir con un hombre cuya principal ocupación era el consumo de alcohol, se
preguntaba por qué Celestino lloraba tanto. Había quedado embarazada por un
descuido, y la maternidad no era algo que deseara a su edad. Aunque en algún
momento pensó que sería divertido tener un bebé, pronto la realidad la
sobrepasó. Vio en el embarazo una oportunidad para escapar de su hogar y
comenzar una nueva vida, pero desde el nacimiento de Celestino su agotamiento
crecía día tras día.
No lograba atenderlo;
su llanto la enloquecía. “Ese llanto, ese maldito llanto todo el día”, solía
murmurar. Evitaba el contacto con él tanto como podía. Lo dejaba llorar en la
cuna, incapaz de soportar el roce de su piel. A los pocos días de nacido, le retiró
el pecho y comenzó a darle biberón sin siquiera mirarlo a los ojos. Cambiarle
el pañal le parecía asqueroso, y lo hacía solo cuando era absolutamente
necesario. La joven madre, emocionalmente inmadura, no estaba preparada para
criar a un hijo. Cada vez que lo miraba, lo rechazaba con palabras duras: “Qué
pereza tú, ¿por qué naciste? Eres un error en mi vida”.
Mientras tanto, el
padre de Celestino, un hombre joven que prefería quedarse en casa jugando
videojuegos o salir a beber con sus amigos, ignoraba sus responsabilidades
familiares. Tener un hijo no estaba en sus planes; él aún soñaba con una vida
de fiestas y diversión, en la que no había espacio para un bebé.
El llanto del pequeño
lo sacaba de quicio. En su mente, la culpa era de la madre, a quien reprochaba
por no cuidar bien al niño. Sin embargo, él mismo no había intentado crear
ningún vínculo con su hijo. Cuando Celestino lloraba y le interrumpía un juego,
lo miraba con odio y desprecio. En ocasiones, lo tomaba en brazos para intentar
calmarlo, lo sacudía y lo devolvía a la cuna. Otras veces, perdía la paciencia
y lo golpeaba para que dejara de llorar.
En este entorno
hostil, Celestino comenzó a desarrollar una plataforma afectiva marcada por el
desapego y la desconfianza. Día tras día, la agresión y la indiferencia que
vivía forjaban en él un sentimiento de hostilidad hacia el mundo. Abandonado en
su habitación, enfrentaba cada instante como un combate emocional por su
supervivencia. Así observaba Henrytustra.
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