La necesidad de ser admirado o, el mito de Narciso siglo XXI.
Una personalidad muy encopetada va por el centro de aquella ciudad civilizada, encumbrada de edificios, cuyas paredes están vestidas con un sin número de espejos. En esta ciudad todos sus habitantes están tan ocupados que nadie tiene tiempo de mirarse, de detenerse a fijarse en el otro, de dialogar sobre lo esencial de la vida. Narciso nació y creció en esta ciudad, muchas veces ignorado por sus padres, ellos muy ocupados en la ciudad civilizada donde la prioridad era producir y mantener una imagen social. Cuenta la historia popular que Narciso creció con un sentimiento de soledad, tenía problemas de atención cuando chico, realmente no escuchaba a los mayores porque nunca se sintió escuchado por sus padres. Sus padres no lo soportaban y cuando se dirigía a ellos, él no encontraba una escucha acogedora. Así creció con un sentimiento de humillación, buscando un poco de amor. Narciso pasaba por esos edificios cubiertos de espejos y se contemplaba, se detenía a mirarse de pies a cabeza.
-Así que este eres tú. Qué puedes resaltar del cuerpo que tienes, se preguntó. Sólo veo una imagen. Una imagen vale más que mil palabras… voy a forjar esta imagen. Aunque no he moldeado una identidad, me puedo crear la imagen externa, con esa sobrevivo, se respondió.
Narciso comenzó a adornar su imagen, un día con sombrero, otro con corbata; un día con falda, otro con zapatos de tacón, así se contemplaba en los espejos de la ciudad. La imagen de Narciso tomó dimensiones inconmensurables hasta el punto de ver en él y en los demás solo la imagen. Narciso vivía en un mundo de apariencias; le otorgaba importancia al estrato social de las personas, al número de diplomas, al tipo de ropa que usaban; se sentía importante con esos ornamentos, sin embargo si estos faltaban, Narciso se sentía humillado. Cuentan que cada vez que pasaba por un espejo, preguntaba: ¿espejito, espejito dime quien es el más lindo? Narciso pasó toda su vida ante el espejo, vivió encerrado en ese ciclo, apreciándose a él mismo. Pensando en rivalidades imaginarias cada que veía a otro mejor vestido, más diplomado, más adinerado o todo lo que pudiera ser “más” ante sus ojos. Así pasaron los años, Narciso tratando de ser amado, pero sin lograrlo porque una imagen se observa, pero no se ama. Ese era su sufrimiento, cuando el espejo se quebraba, Narciso caía bajo, bajo, percibiendo el fantasma de la humillación. Así hablaba Henry Mosquera.
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